Semblante exquisito

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Me acecha la visión de un rostro tan expresivo que pueda permitirse prescindir del verbo. Un semblante que encontraré en cualquier instante cuando me cruce con alguien, ya sea en un ceño fruncido que sermonee y condene, o en un parpadeo que condense -en su efímero intervalo- una ideología entera. Un semblante que se exprese con una elocuencia tan apabullante que transmita mensajes cual bofetadas; unas cejas que se arqueen y vociferen "por ahí no, Horacio; estás errando el camino y te repruebo", pero con una templanza que, simultáneamente, te envuelva en un abrazo reconfortante; unos labios que se aprieten de manera tan prodigiosa que no reste sílaba por pronunciar. Me persigue incesantemente la idea de un semblante que haya perpetrado un audaz coup d'État lingüístico y se haya alzado victorioso con el cetro del lenguaje, gobernando así la comunicación con su mera presencia, sin necesidad de articular palabra alguna.